Aquel futbolista de cristal
Sergio Román Armendáriz / UNO DEL CLUB 7
Sergio Román Armendáriz | Miércoles 9 de agosto de 1989 / Periódico La Nación, San José, Costa Rica, A.C. / Pág. 15
San José de CR, 1979 |
Con inteligencia y amor atraías y dominabas la pelota, allí, en las calles ecuatoriales, bajo el sol del puerto mientras la fragancia de las chirimoyas inundaba los talleres y los patios de la vecindad.
Después, junto al farol de la esquina, nos reuníamos para llenar las noches libres con bromas y palabrotas.
Tú, Raymondi, permanecías callado a pesar del bullicioso origen mediterráneo de tu abuelo. En cambio, en la mejenga cotidiana, ¡qué elocuente eras con la pelota de trapo y cómo te entendías bien con ella!
La disciplina y la gracia te ayudaron a superar tu estrechez física y tu carácter tímido hasta elevar tu oficio a la categoría del arte y a la devoción del pueblo.
Sentimental incorregible, llorabas y agradecías al cielo, de rodillas, con la camiseta desgarrada por la fiebre del encuentro, el privilegio de haber colocado el matemático y bellísimo gol de la victoria.
Invicto y veloz abandonaste las canchas abiertas de la atarazana para ascender a un club famoso: el “Norte”, ese aguerrido equipo que, según sus fanáticos de los cerros y suburbios, “jamás tembló”. Luego, en un salto envidiable, conquistaste la corona de centro delantero de la selección nacional.
Con los oídos pegados a la radio, hace no sé cuántos años, el país entero seguía la geometría y las variaciones del choque decisivo en el campeonato máximo de la América del Sur.
Suspendidos y embriagados por la emoción, imaginábamos tu hazaña al compás de la retórica del locutor extranjero:
“… y se lleva el esférico cosido a los botines, burla a uno, dos, tres contrarios, penetra la zona de fuego, peligra la valla rival, sale a detenerlo un defensa enorme torre humana, es un duelo imposible, faltan segundos, cero a cero el marcador… y Raymondi acaba de levantar con su pie mágico un balón vertical, sereno, exacto sobre su adversario a quien deja atrás y ahora solo contra el arco…”.
¿Recuerdas el vacío enorme que se hizo antes de que estalle el estadio?
Ese trance final fue excesivo para tu corazón guayaquileño. Desde entonces, luces tus pases magnéticos y tus fintas hipnóticas y tus goles antológicos en el olimpo de los futbolistas creativos.
Con una mezcla de asombro y ternura, los periodistas de la época te llamaron “aquel futbolista de cristal”, por la cortesía de tu aspecto, por la elegancia y sabiduría de tus incursiones, por la transparencia de tu juego.
Sin embargo, para nosotros, en un rincón de la nostalgia continuarás siendo ese frágil compañero del barrio, ese muchacho humilde y silencioso, ese flaco Raymondi…