Coito ergo sum de Cristian López Talavera
habita entre pisadas de poeta y el canto luminoso
de pájaros ciegos
¿Qué nos legó a los escritores jóvenes del Ecuador la llamada generación de los talleres literarios, aquella de los años 80? Quizá voces reveladoras enfrentándose a un canon obsoleto, unas cuantas estrellitas fugaces en decaimiento. Una de las voces sobrevivientes a aquel naufragio es la de Diego Velasco Andrade, arquitecto de profesión, poeta con una misteriosa lucidez en la construcción de metáforas, vividas a plenitud.
Y esto lo confirman la serie de libros publicados, entre los que nombro los poemarios La poesía no es un libro de poemas (1989). Derrocamiento del lector (1990), Safari a ombligo equinoccial (1991), Gato en el sol(1996), Cordeles (2005), Alquimias (2006); y los libros de cuentos En el jardín de Freud (1995) Tierna Ficción (2006) además de la novelina ¿El poeta ha muerto? (2002). Y esta trascendencia en las letras ecuatorianas lo reafirma Coito ergo sum, reunión de nueve relatos, donde la intrépida palabra poética unida a la ficción que Velasco Andrade extrae de su “chistera de mago” revelando los dones que su timidez y ese gran enigma interno que lo habitan, puede traducirse en historias reveladoras, sugestivas, hermosas.
Así, como si en una puerta sagrada donde el poema atrae a la luz y a la tormenta, aparecen: El sendero que lleva a Comala, búsqueda incesante del camino a la sabiduría; intromisión al llamado de la promesa vivida. A la persistencia de los sueños; a esa quietud en que se forman los verdaderos pensamientos, y al tantear ese profundo surco, donde el poeta nos invita a atravesar “como el aire las frías murallas que circundaban la ciudad; caminar al ritmo urgente de las autopistas que llevan a todas partes y a ninguna…”. En ese espacio intenso, el paso a Comala nos remite a la esperanza fantasmagórica en donde habita un señor llamado Pedro Páramo, a quien no dejo de visitar. Ahora, tengo la certeza con su texto de que el “abrasadero” de cuerpos en el que me hallo, tenga su no respuesta en estas filosas aguas imaginadas en la luz y en las sombras, es decir en “El sendero que (me) lleva a Comala”…
Los relatos siguientes proponen historias retorcidas en la ambigüedad del lenguaje. Así “La maison de unos gatos abandonados en invierno”, nos induce a una trama que sucede por medio de imágenes seductoras: “Hay un perro negro, negro sobre el techo; se equilibra en un alambre de luz y ladra al occidente, tú lo escuchas?” ó “Y voilá, el otoño necio, la tímida luna, el gato congelado, el buen café, la gris pupila, el dulce guante; el felino abandono y la hora girante, anunciándote la ruta por dónde se abría, el ojo tibio de tu puerta…” todo hasta desbordar, mediante un ritmo acertado, a rememorar una ciudad en horizonte andino, llena de visiones que terminan siendo nuestro propio cuerpo; esos estados oníricos en que vagamos constantemente y maullamos abandonados en los cien brazos de la muerte.
La cotidianidad desborda encantamiento, aquí la poesía como un ángel caído sobre la bruma se inserta en la ciudad, retoma de aquellos diarios blasfemos para retratar a personajes reales en historias reveladoras de la maldición a la que está sujeto nuestro destino. En el final del cuento: “El espeluznador de la vía 8”, nos seduce el personaje principal, aquel que funge de “violador Camargo” o mejor de piedra de toque y mea culpade una sociedad hipócrita y represora “Entonces, recogía mis pisadas hasta volver a la vía 8, en donde, como un espectro imprevisto y desgarbado, desaparecía ágilmente entre la bruma”.
Algo remarcable que puede haber realizado Coito ergo sum es tomar las paredes de París y trasladarla a las de Quito, ingresar, inventar formas de concebir estos pequeños pensamientos que son vías de comunicación irreverentes ubicuos y mínimos “no lugares”: estas pequeñas frases poéticas llamadas graffitis que nos devuelven a los sueños anarquistas, hacia aquellas utopías que nos arrebataron hace más de 500 años:
“Absténte de fumar en un lugar público
Absténte de beber antes de conducir
Absténte de sobrepasar los 130 KM/h
Absténte de lanzar un golpe
Desde las próximas elecciones
Absténte”
Esta especie de acertijo que constituye el graffiti, apunta hacia redefinir una poética de la ciudad o mejor aquellos imagos de lo cotidiano, pero que resultan aparentemente extrañas al texto literario, y que solo la capacidad del escritor los vuelven “poéticas” a la hora de ser leídas.
Lo seductor de Coito ergo sum, es también esa facilidad de trasladarnos a otros mundos, donde el ser humano pervive en lucha consigo mismo. “En el jardín de Freíd”, nos presenta un personaje inexistente en el mundo real, pero que se relaciona con los seres que lo habitan; así, lentamente ingresa a un recoveco donde las sensaciones dominan al ser, enfrentando a esos seres angustiados y angustiantes echados en el diván del psiquiatra. Personajes, sugeridos por Velasco Andrade, que jamás tienen esperanza de salvación por la vía de la “racionalidad”…
En fin, esta “narratopoética” simplemente ratifica a Diego Velasco como un innovador de nuestra literatura, que no está sujeto a “modas rualistas” ni a ridículos cenáculos canónicos, pero si a la escritura como una condena pasional por buscar el incesante “oficio” de escribir. Pero en ese oficio no se agota su tarea: también en esa incesante búsqueda de nuevos escritores, en un boom pueblerino y de comarca, colmado de premios y alabanzas mutuas en las que está presa nuestra literatura desde hace décadas. Por todo lo dicho, Velasco Andrade está condenado a solo perpetuarse en la memoria fugaz de lo intrascendente, ejerciendo la palabra activista y caminante que nos eleva a una alquimia de la palabra, a habitar entre las pisadas del caminante siempre incompleto y en el canto de pájaros ciegos, ululando sobre las nubes trizadas del texto poético.
Cristian López Talavera
Quito, abril 2011
Fotografías: Pedro Herrera O.