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Construcción política que ilumina o ensombrece escritores

Reseña de Letras Rebeldes 1
 
Colaboración especial de Fernando Endara I. 
@fer_libros
 
Letras Rebeldes 1 visto por Fernando Endara.
El canon literario de un país, una región, una época o un estilo se conforma con los criterios y la aprobación política e ideológica de la crítica literaria que compone el contexto social de producción, recepción, consumo y circulación de las obras artísticas. En palabras sencilla, el poder se despliega a través de las personas y los medios involucrados en asuntos literarios para crear un canon y a su vez, adherir, restar, restaurar, aumentar, disminuir o quitar autores. El canon literario ecuatoriano es una construcción política que ilumina o ensombrece escritores, que destaca aspectos y oculta otros, que se configuró en torno a la idea de nación y que se reconfigura cada tanto con base en nuevas perspectivas, debates y/o presiones políticas. Es normal entonces que existan escritores olvidados por la crítica y el canon, por desconocimiento a veces, u omitidos con alevosía por su forma de pensar, vivir o escribir. Es por eso que, la Editorial Efecto Alquimia publicó en 2020 en formato digital el libro colectivo: “Letras Rebeldes 1”, cuyos ejemplares físicos fueron entregados a sus autores y a diversas bibliotecas, periodistas, estudiosos e investigadores del país. Un libro que consta de 6 ensayos biográficos, que abarcan la vida y la obra de autores de las letras ecuatorianas que, en la coyuntura de la política y la literatura, fueron silenciados o borrados del canon. Revisemos las propuestas analíticas:
El libro comienza con el trabajo de la estudiosa de la literatura ecuatoriana, gestora de la obra y de la editorial, Ximena de los Ángeles Flores, titulado: “Marietta de Veintemilla, Una singular mujer en la encrucijada de lo conservador y lo liberal”, un ensayo que reflexiona sobre lo poco que se ha escrito o difundido sobre las mujeres escritoras de inicios de la república, y recupera, la inmensa talla de “La Generalita”, Marietta de Veintemilla, sobrina del presidente Ignacio de Veintemilla. Para nadie es un secreto que Marietta controlaba los hilos del gobierno de su tío, fungiendo como primera dama y consejera, combinando la vida privada con la administración estatal, confrontando adversarios y aduladores en las intrigas políticas de los conservadores y liberales. 
La historia ecuatoriana grafica al gobierno de Veintemilla como un periodo de desaciertos, de despilfarro y corrupción; lo que culminó en el destierro del presidente, sus partidarios y su familia. Desde el exilio de Lima, Marietta publicó “Paginas ecuatorianas” en 1890 bajo el sello de la imprenta Liberal de F. Macías y Ca, provocando un sinnúmero de comentarios polémicos y controvertidos.  La obra es una historia novelada de algunos episodios políticos de los que fue protagonista, en donde combinó lo privado y lo público, y atacó a varios de sus enemigos. Estos contrincantes, encumbrados en el poder del gobierno ecuatoriano, denostaron, embistieron, silenciaron y olvidaron la obra, excluyéndola del canon. Su valor literario e histórico constituye en que por primera vez una mujer escribió y  publicó una obra con alto contenido político, un terreno casi vedado a las mujeres de su época.
Marieta de Veintemilla contemplada por Ximena Flores Venegas
A continuación aparece el texto: “Ironía y testimonio en periodismo de combate: Sergio Núñez y su semanario Fantoches”, escrito por Fabián Núñez Baquero. Un ensayo que recoge la memoria incorruptible de Sergio Núñez Santamaría, hábil periodista crítico que denunció, a través del humor y la burla, las diversas ranuras y traiciones del partido socialista. Durante las décadas del 30 y el 40 del Siglo XX, surgieron una serie de excelentes narradores afines al partido y a las ideas socialistas, que desplegaron su compromiso con los pueblos a través de una literatura de realismo social. Sin embargo, al poco tiempo estos ideales fueron fagocitados por la política y la corrupción degenerando los partidos de izquierda que, encaramados en las esferas artísticas y literarias, mantuvieron su hegemonía cultural incidiendo en la producción, recepción y circulación de obras literarias. En ese sentido, fueron varios los escritores que se alejaron de los centros intelectuales socialistas o del ámbito de influencia de la recién creada Casa de la Cultura Ecuatoriana “Benjamín Carrión” y que, por tanto, quedaron al margen del canon, de la exposición y casi de la historia. Entre los apartados sobresalió Sergio Núñez Santamaría, escritor comprometido con los ideales socialistas que, al verlos traicionados  se convirtió en un ferviente crítico de los partidos de la izquierda ecuatoriana y de su órgano cultural adjunto: la “Casa de la Puericultura”. Con un sentido del humor irónico, pícaro y elegante, sus textos periodísticos, publicados durante la segunda mitad de los 40s en el semanario Fantoches, se convirtieron en material inflamable para incendiar a sus rivales políticos y literarios.
El tercer texto se ilumina con la insigne figura de: “José de la Cuadra, el enunciador del montuvio ecuatoriano”. Francis Mieles nos ofrece un excelente trabajo de corte académico que reflexiona sobre el contexto histórico y humano de la obra del guayaquileño. En efecto, el ensayo de Mieles se detiene en uno de los tópicos más interesantes de la literatura ecuatoriana: José de la Cuadra como precursor del realismo mágico, puesto que combina una concepción realista de la sociedad con un reflejo mito-poético de los personajes representados. Para Mieles, el realismo social ecuatoriano tuvo tres características fundamentales:
1) El reflejo o pintura de una realidad artísticamente logrado, una influencia directa del positivismo y del realismo europeo que pretende representar (y no solo mostrar) de manera fiel y objetiva la realidad del mundo que circunda al autor, para llegar a conmover al lector. 
2) El afán de la lucha social implícita en la obra, es decir que, amparados en los ideales marxistas, los escritores ecuatorianos de la generación del 30, no sólo querían representar la realidad, querían transformarla y aún más, proponer una nueva realidad. La pretensión de la narrativa ecuatoriana comprometida era ser capaz de influenciar de manera práctica la realidad, es por eso que, cada escritor eligió (casi por vocación) una población a ser representada, por supuesto, enmarcado en el contexto histórico, político, cultural y socioeconómico que les tocó vivir. Ecuador, en el nexo del Siglo XIX y XX, sufrió una serie de cambios políticos y sociales signados por el acenso del liberalismo: una revolución que refundó el país y que permitió que ciertos grupos poblaciones ganen protagonismo en la palestra pública, tal es el caso del campesinado de la sierra y de la costa. Este último hace su primera aparición en la literatura ecuatoriana en, “A la Costa”, del ambateño Luis A. Martínez; aquí, en medio de un sublime paisaje romántico, se describe la región litoral con su estructura social y económica, con un gran puerto en Guayaquil para la exportación de las exuberantes delicias cosechadas en inmensas haciendas y/o cacaoteras distribuidas en zonas costeras fértiles, bañados por ríos y adornadas con aves y plantas exóticas. 
Aunque Martínez sea el primero en incorporar al campesino del litoral o montuvio a la literatura ecuatoriana; los pinta como sujetos rudos, violentos y vulgares, en contraste con los blanco/mestizos, cultos y educados. Los montuvios tendrían que esperar casi 30 años para ser reivindicados en la literatura con la vanguardia que constituye los cuentos de “Los Que se Van, cuentos del cholo i del montuvio”, publicada en 1930 por Joaquín Gallegos Lara, Demetrio Aguilera Malta y Enrique Gil Gilbert. Pero fue José de la Cuadra quien mejor penetró en el alma del agro, de la naturaleza y de las personas del campesinado costeño, su trabajo fue tan complejo, profundo y acabado que fue considerado uno de los mejores cuentistas de América, además de que, en última instancia, y con el afán de pintar lo mejor posible la cosmovisión montuvia, incorporó elementos de su magia cotidiana: una mito-poética del mundo en donde las familias se parecen a los árboles que danzan bajo la luna, los niños nacen con cola de cerdo o la historia se cuenta a través de voces que parecen viento y gotas de lluvia, que a veces refrescan o se torna tormenta y se desata en la plantación. Esta incorporación es germen, es maravilla, es magia. Y, 
3) La cercanía protagónica del autor al mundo representado; los escritores de la generación del 30, además de comprometidos políticos y buenos narradores, fueron curiosos errabundos de los campos y la urbe. Caminaron, conversaron, observaron y recogieron historias, anécdotas, protagonistas para hacerlos literatura. De la Cuadra recorrió el campo costeño, conoció de cerca el agro y la ganadería, convivió con personas antes de convertirlas en personajes. Este contacto entre los escritores y la población representada añade un valor antropológico a las narraciones de la generación del 30.
La apuesta de José de la Cuadra por ahondar en los elementos mito-poéticos del pensamiento montuvio para incorporarlo a su obra, es una clara superación del realismo social ecuatoriano que no se preocupada por la dimensión sobrenatural o mágica como un componente de la realidad que buscaban representar. Este pequeño salto es lo real maravilloso, o el realismo mágico, o la vida nada más. Estas reflexiones insertan a De la Cuadra en el gran debate de la literatura latinoamericano al lado de figuras de la talla de Carpentier, Uslar Pietri o Asturias. Actualmente, el diccionario de la RAE recoge el término montuvio definido como una persona o habitante de la costa agrícola ecuatoriana, en desuso del antiguo montubio: persona montaraz y violenta.
 
El libro “Letras Rebeldes 1” mantiene su altísima calidad académica con el trabajo “Dobles y únicos”, un ensayo sobre Pablo Palacio y Joaquín Gallegos Lara, elaborado por Pablo Yépez Maldonado. Conocida es la amistad/rivalidad que estos dos gigantes de la literatura protagonizaron durante el auge de la generación del 30. El uno, Palacio, el genio solitario, el del Lorenzo Ponce, el lobo estepario seducido por demonios nocturnos, el que se salvó de las aguas y gracias a un golpe en la cabeza se convirtió en un brillante engendro del absurdo literario, el que nos legó la onomatopeya inolvidable del hombre muerto a puntapiés, el que nos enseñó a hacer brujerías, el que nos llenó de pesadillas protagonizadas por seres deformes, el antropófago, la doble y única mujer… o… una mujer y pollo frito, el teniente buscando algo que nunca llega… o Devora, y el ahorcado, viviendo en un continuum infinito de angustia existencial, atrapado en un cubo, colgado en el bosque, parricida. El otro, Gallegos Lara, el militante, el luchador de barricadas, el aliento espiritual de una generación de narradores, el crítico literario por excelencia, el de la magnífica biblioteca y la iluminada conversación, el de las piernas deformes sostenido en hombros de Falcón, el que nos enseñó a indignarnos contra la injusticia, el que sacudió nuestra conciencia mostrándonos la crueldad de los gobiernos  y las miserias de la gente, el que recordamos al mirar el manso guayas y a sus cruces sobre el agua. Ambas figuras son recordadas con cariño y/o desdén, con soberbia y/o admiración; ambos son baluartes doloridos de las letras ecuatorianas que partieron pronto a la locura y a la muerte.
El ensayo de Pablo Yépez plantea un complemento, más que una contraposición entre Pablo Palacio y Gallegos Lara, a la hora de encarar la descripción de la realidad. Mientras Gallegos Lara denunció la situación de miseria e injusticia de la urbe guayaquileña, y propuso la organización popular, la huelga y la protesta como mecanismo para incidir en la transformación de la realidad; Pablo Palacio describió el absurdo de esa realidad con un tinte existencialista, sus personajes están perdidos/absortos en medio del vacío cotidiano, del caos y la nada. Se dice que Palacio fue menos reconocido que Gallegos Lara en la época de su apogeo, sin embargo, la crítica actual parece haber cambiado el foco: es Palacio el eje, el estandarte, el marginal, (concuerdo con Yépez Maldonado en que esta palabreja fascina a la pequeña burguesía y, dicho sea de paso, a la academia) el profeta de la literatura ecuatoriana, el que convoca encuentros, talleres, ponencias y reflexión, el reeditado y traducido, el que, se insertó en la academia, mientras Gallegos Lara “sigue en las calles, en los sindicatos, en las plantaciones de banano, en las minas de cascajo”. La tesis que defiende Pablo Yépez Maldonado es que Pablo “Palacio es la ley y el orden; Gallegos la subversión y el asedio de las hordas salvajes al templo, a la literatura”. Este revelador ensayo nos recuerda que no existe “una verdadera literatura”, o una pureza literaria o una esencia de la literatura; que la palabra no es sagrada, que está dispuesta a profanarse en el lodo de la realidad, “una realidad que es más terca que la fantasía”.
“Joaco” a la mirada de Ximena Flores Venegas
El siguiente artículo: “Sergio Román Armendáriz: de la voz existencial de Club 7, al poema ecuatorial insurgente por una Patria Nueva”, escrito por Diego Velasco Andrade,  rememora la figura del poeta guayaquileño que, desde el frente universitario mantuvo firme su pluma y sus ideales; a través de un texto biográfico vivencial que dialoga con la voz de Sergio Román tomada de diversos versos,  diálogos y encuentros. Sergio Román es el testimonio vivo del Club 7 de Guayaquil que, junto a Ledesma Vázquez, Hidalgo Ortega, Benavides Vega  y Espinel Cedeño se concibió como “una casa poética extraviada en el interno de tres bosques: la floración íntima, la deriva existencial y el compromiso social”. Y aunque en conjunto no tuvieron una filiación política, Román Armendáriz militó en las filas de la URJE (Unió Revolucionaria de Juventudes Ecuatorianas) y en compañía de Ledesma Vázquez, viajaron a Cuba en plena hecatombe de la revolución. La poesía de Armendáriz se nutrió de estos viajes, se alejó de la rama comunista electorera que pregonaba la colaboración para acercarse al paradigma combativo, de barricada, de guerrilla, lo que llevó a ser apresado en el episodio del Toachi. Sus versos quedaron grabados en la Revista Pucuna del grupo Tzántzico: “Toachi, la muerte a cada rato”.
Para finalizar la obra Raúl Arias nos entrega un ensayo que analiza la vida y la obra de “Rafael Larrea, poeta de la liberación”. Larrea Insuasti fue un digno representante del movimiento Tzántzico que “dio una respuesta auténtica, creativa, movilizadora a la demanda ideológica – estética de nuestra literatura en un momento histórico concreto”: las décadas de 1960 y 1970. Su primera obra titulada “Levantapolvos” (1969), es una obra madura, depurada, comprometida, poemas que no llevan título y que, repletos de ironía, critican al poder, a los medios de comunicación y a sus empresarios, a través de la observación atento del contorno urbano, la vida social y el quehacer político. En 1978 Rafael Larrea publica su segundo libro: “Nuestra es la vida” en donde se afirma su pensamiento “revolucionario y liberador”. En su tercer poemario, titulado “Campanas de Bronce” (1983), el poeta se sumerge en la historia para mostrarnos de manera épica y lírica los procesos de conquista, colonia, y mestizaje que devinieron en la configuración actual de nuestros pueblos. En 1988 llegaría “Bajo el sombrero del poeta”, y en 1995 “Nosotros, la luna, los caballos…” en donde se reafirman los lazos solidarios que el poeta tiende a la humanidad para salvarse de su introspección y soledad. Rafael Larrea fue también músico y cantor, trovador y escritor, sus versos y canciones propagaron palabras inolvidables de justicia, igualdad y respeto.
Letras Rebeldes 1 captado por Ximena Flores Venegas
Estos esmerados y trabajados ensayos conforman el primer volumen “Letras Rebeldes”, una colección de la editorial Efecto Alquimia (que por ahora es trilogía), y que busca exaltar la memoria de aquellos hombres y mujeres de letras que en el contexto de la literatura y la política, fueron excluidos o alejados del canon literario debido a los intereses del gobierno o del poder de turno. Recordemos a quienes nos precedieron en los caminos de la lectura y de la pluma, miremos a nuestro alrededor, ¿qué autores están de moda?, ¿cuáles no?, ¿por qué? Que nuestro canon literario ecuatoriano no sea una camisa de fuerza, que sea una guía nada más y que cada quien elija sus ángeles y sus demonios.
17-02-2022
 
 
 
Fernando Endara I. Comunicador Social. Antropólogo. Docente de Literatura, Lector empedernido.
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