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De propia voz


El domingo 13 de abril de 1919, en la revista Caricatura, semanario humorístico de la vida nacional, se publicaba en la sección Nuestros artistas, quizás la única entrevista que el poeta Humberto Fierro haya concedido. Allí, primero en la redacción del diario La Nación y luego en local de La Palma, el autor conversó sobre su vida, gustos literarios y reflexiones poéticas. No podía faltar para el momento, el café, la cerveza y los cigarrillos.

Con motivo del 90 aniversario de la muerte de Humberto Fierro, transcribimos aquí la entrevista:

Nuestros artistas

Humberto Fierro


El poeta accedió a dejarse interrogar. ¿Conocéis a este poeta que vive en el silencio y lejos de la vida? Es el alma más delicada y extraña que han descubierto mis ojos en su interminable anhelo de hallar una emoción honda para el corazón… Y vino el poeta a verme. Estábamos en “La Nación”. Y mientras yo daba fía a la prosa amazacotada con que se reviste de elegancia un editorial, el poeta hablaba con Julio Moncayo y Jorge Diez.

– Acabo de releer el “Quijote” y he salido en busca de aire y de la noche sedante, mientras Sancho se quedó llorando… No hay libro más triste que este libro maravilloso. 

El poeta, con una charla florecida de sonrisas, nos descubría las emociones que había cosechado a lo largo del libro divino. 

– ¿Y ahora qué libro piensa leer Ud? – Le interrogué yo, en tanto tocaba el timbre.
– Me gustan los extremos. Voy a empezar Amiel. Es otro libro de mis horas. Yo sigo el consejo de Balzac. “No es bueno siempre el mismo libro ni el mismo amigo”.

El Regente entró, se llevó las últimas cuartillas del editorial y yo le decía al poeta:

– ¡Qué bello es Amiel! Parece imposible que sea el diario íntimo de un burgués.
– ¿Cómo puede figurase que Amiel haya sido un burgués? Alma tan exquisita…
– Bourget lo dice así.
– ¿Y Ud. cree en Bourget? Amiel fue un hermético, y eso ha de confundir Bourget con la burguesía. Bourget no pasa de ser el onanista de las burguesas. 

Julio Moncayo nos interrumpe. Y suelta una frase lapidaria en la que coincide plenamente con el poeta en su opinión sobre el novelista francés. Una frase que no puedo transcribir aquí…

– Bueno, les digo yo, vámonos! Es necesario, querido Humberto, que hagamos hoy el reportaje. 

Abandonamos la redacción. La noche estaba lunada y serena. Nos urgía un refugio y el poeta nos invitó a “La Palma”. Cigarrillos, un poco de cerveza, un poco de café y empezamos a charlar.

– ¿Cuál es su aspiración de belleza, cómo define Ud. su ideal artístico?
– ¡La sinceridad! Yo tengo como principio la sinceridad, como el único elemento necesario para crear obras fuertes y originales. Y después el verso de Verlaine: “La música ante todo”…
– ¿Cuál es el poeta que más ha influenciado en su espíritu?
– Heine, Heine es el ruiseñor que más adoro – porque es el poeta de más sentimiento y que carece de artificio.
– ¿Y cuál juzga Ud. el mejor poeta del mundo?
– D’Annunzio, el de raza latina.
– ¿Y de América?
– Me gusta mucho Valencia por su poema “Los Camellos“; pero me parece en el resto muy artificioso.
– Pero si el arte es artificio.
– Sí. Pero el mejor arte está en saber ocultar el arte. Porque a mí solo me encanta lo que me emociona y destila sentimiento.
– Entonces, el parnasianismo no le agrada?
– Me agrada naturalmente, porque tengo el culto de las bellas formas; pero tan sólo como un intermezzo. Me da la sensación de penetrar a un santuario poblado de estatuas inertes. Y el supremo arte me parece el que logra llevarnos en el vértigo de la emoción, sin que tengamos ya ojos para analizar el verso ni detenernos en la rima. Gozamos su música, pero nos embarga íntegramente el sentimiento. Y al final exclamamos: ¡Qué gran poeta! y no: ¡Qué versos tan bien hechos!…
– Tiene Ud, razón. ¿Ama usted la tristeza? ¿Cree Ud. en la elegancia de la tristeza, y en ella como un elemento de arte?

El poeta sonrió. Nuestros cigarrillos despedían largas espirales de humo, retorciéndose en caprichosas hondas, que ante las pupilas medio cerradas fingían gráciles curvas pecadoras… Apuramos un sorbo de cerveza y el licor fulgía en los vasos con irradiaciones escandalosas de líquido topacio. 

– La tristeza es indispensable en el arte. Y yo voy tan lejos que creo que sin ésta no puede haber belleza. Pienso como Poe que la melancolía es el mejor ropaje que sienta al verso.
– La divina belleza de la melancolía, que dijo Leonardo, exclamé yo y continué:
– ¿Ama Ud. la luna?
– Sí, porque me vuelve lunático, es decir, un deseo urgente de cantar.
– ¿Le gusta el campo?
– Me encanta
– ¿Qué hora le place más?
– Las seis de la tarde. Tengo la obsesión de los crepúsculos. En mis poemas siempre hay un ocaso que rima armoniosamente con mi alma. Hagamos la prueba. Y nos recitó un poema maravilloso en que una dorada agonía de la tarde iluminaba la lamentación del alma frente a sus ruinas.
– ¿Ya ve Ud?, continuó. Y así todos, todos los cuarenta poemas que contiene mi libro “El Laúd en el Valle” tienen un crepúsculo.
– Es usted modesto o inmodesto?
– Nada. Solo quiero ser poeta y hacer arte.

Guardamos un instante de silencio. A veces, una pregunta o una respuesta daba lugar a largas disertaciones que nos apasionaban a los cuatro. Y en el hilo de la conversación tocábamos tópicos sugestivos a lo largo de los cuales iban desfilando almas y poetas en amable armonía. De allí surgió esta pregunta:
¿Qué le parece el criollismo? 

– Me parece una tendencia para poetas mediocres. El anhelo de circunscribir la belleza a una localidad cuando la aspiración del artista debe residir en el afán de trabajar obras universales. Figúrese a D’Annunzio forjando poemas criollos. Eso está bueno para los Chocanos. Recuerdo que una tarde fue Arturo Borja a mi cuarto. Llevaba en sus manos un paraguas de monja de la caridad: la varilla era de palo y la tela tan gruesa que parecía un globo. Lo colocó por allí. Más cerca se hallaba el mío, fino y estirado, dentro de la funda de seda. Arturo se fijó en el contraste que presentaban los dos y dijo: Fíjese poeta: D’Annunzio y Chocano. El italiano era el paraguas mío y el peruano su temible armatoste…
– ¿Qué concepto tiene Ud. de Arturo Borja?
– Era un muchacho genial. Yo sabía de su existencia, pero me lo figuraba un chiquillo pueril. Una mañana apareció en “El Ecuador”, diario que redactaba Constantino Abelardo Espinosa, mi primer soneto “Fantasía desobligante”
– Lo conozco. Aquel que termina: Impaciente, Pegasa ya piafaba.
– Exacto. A la tarde me hallaba solitario en la plaza de la Independencia cuando se me acercó un muchacho recitando mi poema. Luego se me presentó. Era Arturo Borja. Charlamos largamente, nos fuimos al Club Pichincha y desde aquel instante fue mi mejor amigo, el único que interrumpía los silencios profundos de mi vida.
– Algo he oído de su vida. Es usted neurástico, verdad?
– Siempre lo he sido. Amo la soledad entrañablemente. Y vivo en mis neurosis como el pez en el agua.
El poeta sonrió levemente y añadió:
– Ahora quiero yo preguntar a Ud. una cosa: ¿qué entiende por neurosis?
Rápidamente repuse:
– Es la pregunta q’ debemos hacerle al público.
– El público… bah!
– ¿Tiene Ud. el culto del yo?
– Sí. Cultivo mi yo intensamente, pero sin llegar a ser un Narciso.
– ¿Cómo crea Ud? – pregunté.
De memoria, siempre trazo los primeros versos primero en la imaginación y luego los traslado al papel.
– Le preguntaba esto, porque hay poetas que se sientan ante la cuartilla sin una idea sin ninguna emoción y luego cincelan un poema exquisito. Jiménez me parece de estos. A veces se torna por lo mismo inenteligible. 
– Claro es que Jiménez es poeta hasta en el W. C. A  mi me ha sucedido lo mismo, pero cuando no se trata de un soneto. Para el soneto es indispensable tener bien concebida la idea y bien planeado el asunto. Cuando el numen arde, si puede cantarse, en una como admirable inconsecuencia. Es lo que me pasó con mis “Dilucidaciones”. Las cree en una noche de divina locura y nacieron sin que yo me dé cuenta. Las había escrito y al otro día constituyeron para mi una sorpresa. 

Has de saber, Hermano Lector, que “Dilucidaciones” es un conjunto de perlas y piedras preciosas q’ le sirvieron de vasos lindísimos para que el poeta vaciara el pensamiento de su alma atormentada por el “mal de la vida”.

– ¿Cuál le parece el primer poeta ecuatoriano?
– Crespo Toral tiene su mérito, como lo tiene Miguel Moreno; pero no alcanzan a emocionar. Son de esos poetas que para crear tienen la imaginación embargada por lo que dirá don Quintiliano Sánchez. Y lo que dice Quintiliano está bien les parece la última palabra. Son académicos. El primer poeta me parece Ernesto Noboa.
– ¿Y el prosista?
– Gonzalo Zaldumbide.
– ¿Qué opinión tiene sobre Calle?
– Un gran talento, pero una gran ignorancia. Trataba de hacernos creer que era un periodista ilustrado, porque citaba todo lo último que había leído en un catálogo. Pero desbarraba lamentablemente. Tiene sacrilegios y cosas inconcebibles como aquella de decir que Ruben Darío, Maesterlink y Verlaine son unos mostrencos.
– ¿No ha cultivado otras artes?
– Pinto un poco. Tengo varios apuntes. Y espero desocuparme un tanto de las urgencias de la vida para dedicarme el pincel. La música me encanta y tengo grandes disposiciones que no he cultivado. Cierta vez que me dediqué, a los quince días tocaba ya tres valses en el piano.
– ¿Cuáles son sus dioses mayores en la música?
– Beethoven, el primero, y luego Wagner y Chopin: Pero creo que el verso es la forma máxima del arte. 

Aún seguimos charlando largamente. Éramos cuatro juventudes que habíamos olvidado por un instante la cotidiana pena oscura y que habíamos dejado que nuestras almas se abandonen a su placer. Y viajaban en el júbilo de la conservación como la de Baudelaire viajaba embriagada de los perfumes…

Dilettante
Ximena Flores Venegas 
23-08-2019

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Notas al margen 

  • Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes (Alcalá de Henares, 29 de septiembre de 1547 – Madrid, 22 de abril​ de 1616).
  • El Amiel al que se refiere HF, es Diario íntimo de Henri-Frédéric Amiel (Ginebra, 27 de septiembre de 1821 – ibídem, 11 de mayo de 1881).
  • “La Palma” al igual que el “Club Pichincha” eran locales frecuentados por los poetas modernistas a inicios del siglo XX. Allí charlaban, declamaban poemas y bebían cerveza.
  • Paul Verlaine (Metz, 30 de marzo de 1844 – París, 08 de enero de 1896).
  • Heinrich Heine (Düsseldorf, 13 de diciembre de 1797-París, 17 de febrero de 1856).
  • Gabriele D’Annunzio (Pescara, 12 de marzo de 1863 – Gardone Riviera, 01 de marzo de 1938).
  • Edgar Allan Poe (Boston, 19 de enero de 1809 – Baltimore, 07 de octubre de 1849).
  • José Santos Chocano (Lima, 14 de mayo de 1875 – Santiago, 13 de diciembre de 1934).
  • Juan Ramón Jiménez  (Moguer, 23 de diciembre de 1881 – San Juan, 29 de mayo de 1958).
  • Rubén Darío (Metapa, 18 de enero de 1867 – León, 06 de febrero de 1916).
  • Maurice Maeterlinck (Gante, 29 de agosto de 1862 – Niza, 05 de mayo de 1949).
  • Ludwig van Beethoven​ (Bonn, 16 de diciembre de 1770​ – Viena, 26 de marzo de 1827).
  • Richard Wagner (Leipzig, 22 de mayo de 1813-Venecia, 13 de febrero de 1883).
  • Frédéric Chopin (Żelazowa Wola, 01 de marzo​ o 22 de febrero​ de 1810 – París, 17 de octubre de 1849).

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