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El filósofo de Quito

Eugenio Espejo


Con una vida llena de misterios que quizás no lleguemos a resolver, Eugenio Espejo puede ser llamado “el Duende de Quito”, por sus estudios es médico, periodista, abogado… pero por su pensamiento y sabiduría es sin duda uno de nuestros Filósofos.

Se dice que Espejo fue iniciado en la masonería en Bogotá, que muchos de los sabios y estudiosos de la época lo fueron, cierto o no, al leer su pensamiento podemos asegurar que él reflexionó muy conscientemente sobre la realidad de los pueblos en la Real Audiencia de Quito y en la América en general. Le preocuparon los temas políticos, sociales, de educación y además del ser humano y su comportamiento, aquí rescatamos algunos de sus pensamientos.

Frases y pensamientos de Eugenio Espejo


Por acaso se oye proferir a algunos como un oráculo misterioso la siguiente proposición: El bien común prefiere al particular. Pero en la práctica nada se ve tan comúnmente sino que el interés del público es sacrificado al interés del individuo.

Es, pues, principio de política, que el mejor método de establecer ventajosamente una sociedad, es acomodarse al humor general de los hombres, y sacar de él el mejor partido.

América debe ser solamente para los americanos.

Un verdadero bello espíritu piensa más en las cosas que en las palabras; con todo, no desdeña los adornos del lenguaje, pero tampoco los solicita. La delicadeza de su estilo no disminuyen la fuerza; y se le podría comparar a aquellos soldados de César, que aunque estaban perfumados y atentos a su adorno, no dejaban de ser valientes y de combatir bien…

Ellos tienen la reputación de bello espíritu sin tener el mérito ni el carácter…

La ciudad no consiste en las casas, los pórticos, ni las plazas públicas: los hombres son los que la forman.

La razón es una antorcha que alumbra todo ser espiritual, que da colorido e ilumina a las operaciones del alma.

Es propio de un espíritu fuerte profundizar los asuntos que trata, y no dejarse sorprender por las apariencias.

Siempre será el motivo de las admiraciones del mundo, y el de sus perennes bendiciones al cielo, ver que una pluma sea el intérprete fidelísimo de los pensamientos más escondidos de un hombre.

Hay en el corazón humano ciertas semillas de probidad que el bien público las desarrolla, el amor a la patria las fertiliza, y las hace fructificar la ocasión de coyuntura de mirar por su adelantamiento y felicidad.

La lástima fue que ignorábamos verdaderamente el alma de la poesía, que consiste en la naturalidad, moderación y hermosura de imágenes vivas y afectos bien explicados; y, aunque decorábamos a Horacio, Virgilio y Lucano, este último nos arrebataba con su fuego, con el que verdaderamente era un horno, dirélo así, nuestra incauta y mal acostumbrada imaginación.

El buen juicio, del cual hablo, es de una especie diferente; él es alegre, vivo, lleno de fuego… El procede de una inteligencia recta y luminosa, de una imaginación limpia y agradable. Este justo temperamento del a vivacidad y del buen juicio, hace que, siendo el espíritu sutil, no sea evaporado; que él brille, pero que no brille demasiado, que conciba prontamente todo, y que de todo juzgue sanamente.

A la primera vista que demos sobre la naturaleza del hombre, hallaremos, que él es dotado del talento de observación; y que las necesidades que le cercan le obligan á todos momentos á ponerlo en ejercicio. Si el hombre se ve en la inevitable necesidad de hacer uso de este talento desde los primeros días de la infancia, es visto que de este principio depende, el que él vaya sucesivamente llenándose de ideas, comparando los objetos, distinguiendo los seres. De aquí la feliz progresión de sus conocimientos destinados á la conservación de la vida, al cultivo de la sociedad y á la observancia de la piedad.

A la verdad, ignoramos que todos más, o menos según nuestras condiciones nos vemos necesitados a cultivar los conocimientos políticos; cuando menos los más comunes principios del Derecho Público. Si los supiésemos, veríamos ya que todo ciudadano, estando obligado a solicitar, como ya hemos dicho, la felicidad del Estado, penetra, que aquella consiste en que éste se vea (si puedo explicarme así) cargado de una numerosísima población; porque el esplendor, fuerza, y poder de los pueblos, y por consiguiente de todo un reino, están pendientes de la innumerable muchedumbre de individuos racionales que le sirvan con utilidad: y que por una consecuencia inevitable el promover los recursos de la propagación del género humano, con los auxilios de su permanencia ilesa, es, y debe ser el objeto de todo Patriota.

La calumnia está en todas partes; el calumniador no está en ninguna


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