La muerte en la literatura
Esposa inevitable, dulce hermana tornera
por Medardo Angel Silva
Ven, muerte adorable y balsámica
Walt Whitman
Esposa Inevitable, dulce Hermana Tornera,
que al llevarnos dormidos en tu regazo blando
nos das la clave de lo que dijo la Quimera
y en voz baja respondes a nuestros cómo y cuándo;
Apenas si fulgura mi lámpara encendida,
derroché mis tesoros como una reina loca,
me adelanté a la cita y, al margen de la vida,
ha dos siglos que espero los besos de tu boca!
La muerte tema recurrente en la literatura universal
SIGLOS XIX Y XX
Escribir acerca de la muerte en la literatura trata de responder a una de las preguntas que, desde siempre, se ha hecho el hombre de cualquier cultura, época o creencia. A continuación esbozaremos algunas de las posturas filosóficas, emocionales o, simplemente, vitales que han adoptado algunos de los escritores de los S. XIX y XX. Gracias a ellos quizá nos entendamos mejor a nosotros mismos, seres pequeños que vivimos en una encrucijada continua: la impotencia de no poder controlar nuestra propia existencia. Puede que, eso, nuestra vulnerabilidad, nos permita seguir avanzando para perpetuarnos, para inmortalizarnos, aunque sólo sea a través de nuestras obras.
Ante la muerte, lo veremos ahora mismo, se mantienen distintas posturas. El cristianismo, por ejemplo, vino a ofrecer un consuelo con la vida después de la muerte. De todas formas, inevitables son los sentimientos de angustia, soledad, miedo a lo desconocido, rebeldía, duda o, simplemente, deseo de supervivencia.
Inseparable es la vida de la muerte, son las dos caras de una misma realidad. Así, el problema del sentido de la existencia humana llega a su grado máximo cuando el hombre se pregunta por la muerte. El sentido de la vida varía, pues, de acuerdo con lo que el hombre piense de la muerte ya que puede considerarla como un fin definitivo (“polvo somos”) o puede admitir algún tipo de inmortalidad anímica.
De hecho, se conoce la muerte por la experiencia de ver morir a otros seres humanos. Ya decía Séneca que: “Podemos sentir y conocer la pérdida de un hijo,la de la fortuna, etc. No podemos sentir nuestra propia muerte porque instantáneamente, en el mismo momento de ocurrir, ella nos hace insensibles a todo. Es absurdo el temor por lo que, cuando ocurra, no lo podremos ya sentir”
(“Epístola a Lucilio”, XXX).
El hombre muere porque en su misma esencia está presente el germen de la muerte. Pero la muerte es algo doloroso y penoso, a pesar de ser natural y comprensible. Y aquí viene la gran paradoja: todos mueren -todos moriremos-, sí ¿pero yo también? Se nos hace difícil pensar en nuestra propia muerte. De ahí que el tema revista tanto interés, a pesar de su aparente inutilidad: la muerte es lo único que tenemos seguro desde el instante mismo de nacer.
La muerte nos atemoriza a todos, pero no por el hecho mismo de morir, sino por no saber qué hay más allá de la muerte. Y así, conectaríamos con otro tema, al que podríamos aludir en otro momento. Tiempo y muerte van unidos. Por eso, a medida que “existimos” nos acercamos más a la muerte.
A continuación ofrecemos una serie de temas relacionados con la muerte que nos servirán para observar y estudiar los aspectos comunes o diferentes de unas épocas a otras, de unas culturas a otras.
Evidentemente, no pretendemos agotar todas las posibilidades. Esto sería una quimera. Simplemente, ofreceremos una muestra antológica, en sucesivas colaboraciones, que nos permitirá apreciar la importancia, no del acto natural de morir, sino de todos los elementos, psicológicos, supersticiosos, lógicos, religiosos, que lo envuelven.
Los subtemas que se podrían tratar, entre otros muchos posibles, y que quizá nos dé tiempo a analizar, en sucesivas colaboraciones, son los siguientes:
-Suicidio
-Aceptación de la muerte
-Asesinato
-Muerte por amor
-Muerte como el fin natural
-Muerte patriótica
-Muerte trágica y accidental (destino)
-Muerte como motivo religioso
-Lamentaciones
-Desengaño
-Huida de la muerte
-Personificación
-Inmortalidad
-Motivo de sátira y burla
-Vida de ultratumba
-Muerte de los animales
-Mejor morir que ser esclavo
LA MUERTE EN EL ROMANTICISMO
La vida para los románticos no es un bien, sino un mal. El alma romántica es un alma atormentada, triste, moralmente enferma, en busca de un ideal inalcanzable, de un sueño que no se ha de realizar.
El pesimismo lo envuelve todo. Si se mira la juventud, el tiempo la destruye. Si se sueña con el amor, el desengaño lo carcome; si se cree en la riqueza o en la fama, pronto se desvanecen. Si se alzan los ojos al más allá, la duda y el misterio nos invaden. Si se cree que la sociedad puede salvarnos, la injusticia y el dolor ponen su nota de amargura.
Vivir ¿para qué? Una angustiosa melancolía, una incontrolable desesperación se sitúan en el corazón.
El mal del siglo es su nombre: “mal du siècle”, “fastidio universal”.
De un lado está el yo con sus sueños e ilusiones y, del otro, la triste realidad. Eros y tánatos. Los románticos se sienten abandonados por Dios, culpables y solos. Se mueven en el vacío y van a la autodestrucción.
El estado espiritual romántico estaba constituido por una insatisfacción del mundo contemporáneo, de inquietud ante la vida, de tristezas sin motivo y de una no aceptación de la vida y la sociedad. Este estado anímico producía el desequilibrio de las facultades. Para Goethe, los sanos son los clásicos y los enfermos los románticos (“Klassich ist das Gesunde, Romantisch das Kranke”).
Si la vida es un mal, la muerte, en consecuencia, es la gran amiga de los románticos. Es la libertadora, la que trae la paz al alma atormentada. Algunas veces se la busca deliberadamente. Russell P. Sebold comenta que es la actitud del suicida y no el suicidio en sí lo claramente romántico: “… lo más romántico no es el mismo acto de privarse del aliento, sino imaginarse la propia muerte como respuesta irrebatible del mal comprendido idealista joven, noble, ambicioso a un mundo indigno, frío, indiferente”.
Los románticos, pues, se sienten inclinados por la temática necrofílica. Es el tema de las noches, de los sepulcros, de las aspiración a lo infinito, puesto que la muerte es el camino para alcanzarlo.
LA MUERTE EN EL REALISMO Y NATURALISMO
Bastante distinta es la postura que toman realistas y naturalistas ante la muerte. Por un lado, la ven como un aspecto biológico (sobre todo, los naturalistas) y no le prestan una atención por sí misma; puesto que al escritor realista y naturalista lo que le interesa es mezclarse con la gente, pisar la calle, frecuentar todos los ambientes, saber qué es lo que piensan y opinan sus criaturas; pero siempre en vida, aunque la muerte sea el punto final a algunas de las grandes obras de esta época.
Las novelas realistas tienen un principio, un desarrollo y un final. Como los seres vivos, crecen, se reproducen y mueren. Después, cuando el protagonista muere, ya sólo queda enterrarlo, con mayor o menos dignidad; pero no se permiten volver la vista atrás y darle más vueltas a lo que pudo haber sido. Lo que ha pasado era lo normal, fruto de la vida de esa persona, de sus costumbres, del determinismo; por lo tanto, ya sólo queda iniciar otra historia con un hijo, un pariente o cualquier otro personaje inventado o real.
La característica de estas obras es su absoluta fidelidad a la realidad. No hay notas exageradas, ni melodramáticas, no se cargan las tintas de la sensibilidad, sino que se acude a aquello que un lector pueda aceptar y comprender, sin necesidad de acudir a paisajes quiméricos, ni a angustias del alma.
No pensemos, ni por un momento, que los realistas son insensibles, en absoluto. La muerte, cuando aparece, lo hace rodeada de una aureola de tristeza, de lástima. Si es una muerte accidental de un niño o de una persona joven es aún más doloroso porque se describen las vivencias de los otros personajes. Si es la muerte de un ser anciano, se trata con placidez, con serenidad. Si muere alguien que se arrepiente de sus pecados, también es tratado con benevolencia, incluso lo es cualquier pecador, ya que, en ese trance, sobran las venganzas.
Queda claro, pues, que la muerte es siempre real, nunca imaginada, ni deseada; llega a su hora y hace lo que tiene que hacer, sin que nadie la acompañe, ni la acaricie, ni se complazca con su solo nombre; al contrario, atemoriza, no gusta morir, no apetece que llegue, se la rechaza: hay que vivir lo mejor que se pueda; pero, cuando llega el fin, hay que aceptarlo con dignidad, aunque no todas las criaturas saben hacerlo, de ahí la diferencia entre héroes y antihéroes. Saber morir también es una distinción.
LA MUERTE EN EL SIGLO XX
Hablar de la muerte en el S. XX es hablar no sólo de la literatura, sino del pensamiento, de la historia, de la ciencia, etc.; por lo tanto es casi inútil intentarlo en tan poco espacio porque hay tantas posturas como corrientes, como autores, como personas. De todas formas se puede intentar una sistematización.
El principio de siglo viene marcado por una situación dolorosa, la pérdida de las Colonias, seguida, además, por varios conflictos bélicos (la I Guerra Mundial, la Guerra Civil Española, la II Guerra Mundial,…). Muchos fueron los movimientos de vanguardia que surgieron a raíz de estos hechos (como vimos ya en esta misma sección): Dadaísmo, Futurismo, Superrealismo, Existencialismo… Los autores españoles se dolieron de la situación caótica que atravesaba el país y toda Europa, y clamaron desde sus obras: a veces desde la poesía, otras desde la prosa y el teatro. Los miembros de la Generación del 98 se lamentaron de la falta de medios, de la pérdida de valores; los jóvenes del 27 sufrieron con las muertes de la Guerra Civil y toda la literatura social se hizo eco de estas situaciones paradójicas, contradictorias que permitían que unos muriesen en nombre de no se sabía muy bien qué ya que, al final, todo volvía a ser como antes o peor.
Entramos, por lo tanto, en otro tema que está muy relacionado con la muerte, la guerra. España se dividió en dos bandos y cada uno hizo las tropelías que pudo. Hubo mártires de uno y otro lado, Cancioneros de la Resistencia y teatro de urgencia, pero, sobre todo, hubo dolor y horror ante tanto sufrimiento que se plasmó, básicamente en la literatura de posguerra, la llamada Literatura Social.
A medida que España se adapta a Europa y se va modernizando, entran otros temas y matizaciones; se abandonan los tonos de angustia y se busca la innovación, el arte por el arte. De todas formas, ningún escritor ha dejado de preguntarse nunca por la muerte. Unos lo han hecho relacionándolo con el devenir, con el tiempo; otros con las guerras, otros con el mero final lógico a una vida.
En muchas novelas aparecen muertes de personajes descritas con más o menos intensidad; aunque hay que destacar algo importante: en el S. XX no es el muerto quien más importa, sino los vivos, el dolor que causa en los que quedan, las sensaciones que provoca, los pensamientos, etc. Con ello el lector se identifica mejor con esa acción ya que, a nosotros, todavía no nos interesa saber cómo será nuestra muerte, sino cómo encajar la muerte de los demás e, incluso, aprender a mentalizarnos de ese hecho; pero desde la experiencia de los demás, porque la muerte, por desgracia, no es una experiencia de la que nadie haya podido hablar, al menos de la suya propia.
En definitiva, la muerte no debería ser un tema tabú, pese al respeto o miedo que se le tenga y todas las culturas lo han tratado, desde la religión o el aspecto biológico, desde la angustia o la aceptación; desde el miedo o la burla; desde la truculencia o la contención.
por Anabel Sáiz Ripoll
Doctora en Filología
www.islabahia.com/perso/anabel